jueves, 12 de junio de 2008

El Consumismo: ¿Rey de la creación o del abismo?





La rima del título me salió en homenaje inconsciente a mi maestro Merardo. Pero es que mire usted, ¡quién lo iba a decir! Me he dado cuenta que el futuro no pertenecía por entero ni al Capitalismo ni al Socialismo ni al Comunismo. ¡Señores, el futuro pertenece por entero al Consumismo! La consigna está lista, no hay que devanarse los sesos: “¡Consumidores del Mundo Uníos!”Consume el rico, consume el pobre, consume el grande y consume el chico.


Ya puede ser usted negro; blanco o amarillo; musulmán; judío; protestante o católico; budista o zoroastrista…, en fin, hable usted en chino o en arameo igual tiene que entrar en el mercadeo. Aquí sí que se esfuman las izquierdas y derechas. ¿En tanto consumidor, qué importancia puede tener su opción política?Y frente al consumismo no vale aquello de “guagua (bebé) que no llora no mama”. ¡Ah, no señor! Todos lo sabemos, nos podemos rajar llorando, pero si no tenemos la capacidad para comprar o al menos para robar con el fin de comer o dar de comer a la familia, si no tiene condiciones para pagar el agua potable por ejemplo, ¡se muere nomás, pues! ¡Se muere!, y “San Seacabó”! (qué santo más raro éste, ¿verdad?)862.000.000 - sí, millones, mi amiga o amigo - de no Consumidores, se mueren de hambre en la actualidad, según fuentes de la FAO.¡Y qué! ¿Pertenecemos nosotros a ese sub-mundo, a esa sub-vida? Entonces, tranquilo el perro, dicen en mi país, queriendo decir “no es mi responsabilidad” o “estando yo caliente, ríase la gente”.Así es que descontando los 862.000.000 (millones otra vez) de hambrientos, quedamos, en grueso, cinco mil millones ochocientos dos mil trescientos veinte consumidores. Consumiendo unos más que otros, obviamente. Pero qué quiere, el Paraíso lo jodimos hace tiempo, estimados lectores (as).


Los cuadernos de Merardo lo refieren claramente:“OFRECER EL PARAÍSO/ EN EL MUNDO, EN ESTE GLOBO,/ ES QUERER HACER DE UN LOBO/ UN CONEJO ASUSTADIZO./ ES POR ESO, OTROS MÁS LISTOS,/ PUSIERON TIERRA POR MEDIO/: SI AQUÍ NO ENCUENTRA REMEDIO/ EL HAMBRE, QUE NOS ESPANTA,/ LA MUERTE ES UNA ESPERANZA/ DE ARREGLARNOS EN EL CIELO”.Así es que gritemos fuerte, los cinco mil millones: “¡Consumidores del Mundo, Uníos!” Claro, usted se preguntará, pero para qué darse el trabajo tan difícil de unirse si ya estamos consumiendo. De acuerdo, felizmente somos Consumidores, aunque estemos entre los últimos veinte. ¿Pero a qué precio?Porque primero hablemos del precio, en el sentido más directo, el precio de los productos de consumo: alimentos, energía, salud, educación, derecho a la diversión o a la distracción, etc. ¿Estamos pagando lo justo o nos están viendo las “que te jedi”? (chilenismo que se refiere a las partes pudendas - masculinas habitualmente -, aunque los ovarios también son necesarios para aguantar los abusos especulativos, ¿verdad, mi querida amiga?).Pero en fin, no nos ofusquemos, guardemos la calma.


Tal vez si lo pensamos con la cabeza fría, los Consumidores somos lo que antes se denominó “los ciudadanos”. Y desde ahí fue bajando la escala social dependiendo de nuestra capacidad de consumo: “el pueblo”; “las masas”; “las grandes mayorías”; “los proletarios”; “los pobres del campo y la ciudad”; “los desposeídos”, etc., etc.Es cierto que antes de bajarnos del árbol ya estábamos consumiendo, las cosas como son. Porque la verdad, para sobrevivir, desde siempre en este mundo los seres vivos, vegetales y animales, nos estamos consumiendo los unos a los otros. Consumíos los unos a los otros. Esta acción la ejecutaron tempranamente los “avivaos” de este mundo, por eso no dudaron en crucificar a quien les quiso cambiar el juego proponiendo aquello de “amaos los unos a los otros”.


Los humildes - no solamente de condición social, sino también de espíritu – aceptaron su condición de víctimas consolándose con la idea que al final, allá en la fosa, todo sería equitativo:“LA HUMILDAD VIVE MALTRECHA,/ EN UN PERMANENTE ACOSO,/ COMO SI FUERA UN DESPOJO,/ TRATADA COMO MALEZA./ ES UN GUERRA MUY VIEJA/ DEL HOMBRE, QUE NO QUISIERA/ ACEPTAR LA VERDADERA/ TAREA PARA ESTE MUNDO/ Y ES LA DE SERVIR DE INMUNDO/ ALIMENTO DE BACTERIAS.”Quizás los cuadernos de Merardo tengan razón o no, pero lo que es claro, es que antes que nos coman las bacterias, nuestro instinto de sobre vivencia nos impulsa a sacarnos la cresta o a sacarle la cresta a otro (s) para satisfacer nuestra necesidad o placer de consumir.


Pero fíjese cómo es la cosa. Cada día sale un nuevo producto al mercado para nuestro consumo. Desde la “huevadita” eléctrica para cortarnos las uñas, pasando por el condón con diferentes perfumes y sabores; pasando por las lechugas que ya no tienen gusto a lechuga, hasta la central termonuclear, última generación.Y claro, todo tiene su precio. Hasta ayer el precio se suponía resultado de la oferta y la demanda.


Hoy la especulación de los precios se ha hecho ley global, y entre más global más misteriosa. Si usted es un consumidor de automóvil (una de las principales pestes presentes y futuras de la humanidad), ya no puede planificar su presupuesto con una proyección de quinces días: la gasolina (bencina) cambia su precio hasta tres veces al día.Pero en fin, en cuanto al precio del petróleo, cuando menos, sabemos que estamos financiando las guerras del señor Bush y compañía, además de la debacle de su economía interna. OK, eso lo tenemos claro. Aunque no signifique ningún alivio para quienes producen dependiendo del petróleo - industria, transporte -, ni para nosotros los Consumidores.


En varios lugares del globo las protestas de pescadores y transportistas en contra de los precios especulativos del petróleo han tomado el carácter de casi motines. Pero en general los medios de comunicación no destacan la noticia, más bien se dedican a pronosticarnos que aún pagaremos precios más altos. ¿Y nosotros qué? ¿Estamos esperando que nos resuelva el problema el gobierno o el político de turno?Es tanto el abuso de los grandes grupos económicos que los consumidores más rascas - nosotros, los de bajos ingresos – no tenemos claro cuál es el sentido último de los dueños de este mundo global, haciéndonos vivir con los huevos – u ovarios - en el lugar que antes ocupaban las amígdalas.


¿Hasta dónde podrán estirar la cuerda de su especulación? ¿Usted se acuerda del “efecto mariposa”? Suben las papas (¡las patatas, coño!), y sube el precio del biberón de su bebé (la guagua) (¡no, no el bus, chico, quiero decir el baby).Las 24 horas del día nos están incitando a consumir lo necesario y sobre todo lo innecesario. Estamos completamente domesticados para consumir y consumir. ¡Pobres de nosotros! Ignoramos que estamos labrando nuestro propio abismo. Y entre más nos inyectan el “virus del consumismo”, las misteriosas leyes del libre mercado (sinverguenzura se llamaba en mis tiempos), más especulan con los precios.


Pero ya no les basta especular con los precios, ahora también especulan con la “calidad del producto”.Estoy suscrito aquí en el Québec a una revista, “Protégez-Vous” (la puede encontrar en Internet. Desgraciadamente por el momento sólo está en versión francesa). A veces, como consumidor, me arrepiento de estar suscrito a la revista. Es tal el volumen de denuncias que se publican en la revista (resultado de acuciosas y especializadas investigaciones) respecto de la especulación en los precios y del peligro que muchos productos manipulables o de ingestión revisten para nuestra salud y el medio ambiente, que sin duda, concluyo en que nosotros los


Consumidores no somos más que un gran rebaño de ovejas que caminamos estúpidamente hacia el abismo. ¿Es consuelo pensar que caerán también por el barranco las manadas de lobos que nos pastorean?Barranco anunciado y explicado por infinidad de científicos. La ecuación es muy simple: a mayor consumo, mayor tecnología y mayor producción, igual, mayor destrucción del medio ambiente. Igual, mayor producción de tecnología para impedir el deterioro del medio ambiente, igual, mayor consumo de tecnología, igual mayor deterioro del medio ambiente.


Resultado: recalentamiento global. ¿Consecuencias? Dramáticas: calores incendiarios, sequías, inundaciones, huracanes, tornados y tempestades. Y ese es el gran precio en el cual todos somos productores y consumidores. El aumento acelerado de la temperatura se debe mayoritariamente a la emisión del gas carbónico producido por la “industria humana”.Los juguetes de bebés y de niños; los alimentos, naturales y sintetizados, incluidos los famosos bioorgánicos; los fertilizantes para el jardín, y en fin, un interminable etc., casi todos los productos que usted consume, sea para ingerirlos o para manipularlos, se “saltan a la torera” (¡olé, tus cojones!) la reglamentación sanitaria.


Ya no sabemos si consumimos alimentos o venenos. Hasta nuestras heces fecales expelen hoy más gas carbónico de lo que los océanos y nuestros bosques son capaces de absorber.Y entonces, vuelvo a la consigna del comienzo: “¡Consumidores del Mundo Uníos!” Yo sé que existen organismos de Defensa del Consumidor en casi todos los países que se consideran adelantados. Pero hay algo en sus métodos que no responde con la urgencia y eficiencia requeridas, sobre todo ante la agresiva producción, comercialización y promoción de los productos. Es evidente sin embargo que los Consumidores tenemos la sartén por el mango, pero no nos atrevemos a ejercer ese poder.¿Qué tal si como consumidores exigiéramos a nuestro organismo de la Defensa del Consumidor – oficial - en nuestro país o región, que a manera de denuncia y de resistencia, nos envíe un mensaje por Internet - ya que tenemos acceso a la red -, proponiéndonos que en tal fecha y entre tales horas evitemos comprar tal o cual producto que se estima especialmente especulativo en precio y/o calidad? ¿Estaría usted dispuesto a ese pequeño esfuerzo?


Puede ser que en la fecha indicada dicho producto a usted le resulte imprescindible. Bien, ese día no participa. ¿Sin embargo, alcanza a percibir usted la presión que una acción como la mencionada podría ejercer ante el Dios Mercado?Ya sé que se han hecho acciones similares con resultados más o menos auspiciosos. Como quiera que sea, hay que insistir.Como siempre, defendámonos nosotros mismos, los Consumidores, los que ayer fuimos ciudadanos, pueblo, mayorías, etc. Porque le aseguro que nadie vendrá en nuestra ayuda si no nos movilizamos. No necesitamos pertenecer ni a partidos políticos, a sindicatos y ni siquiera a organismos vecinales para esta tarea.


Ni siquiera tenemos que salir a la calle. ¡Más cómodo cuándo! Una guerrilla silenciosa, sin balas, sin monte y sin barbas. Solamente necesitamos que los organismos de Defensa del Consumidor se den cuenta que pueden evitar motines, insurrecciones y muertes, si ellos mismos toman el toro por las astas (¡olé, tus cojones!, otra vez).


Si la Defensa del Consumidor no quiere terminar siendo un organismo absolutamente inútil, sustituible (por los consumidores, obviamente, con acciones directas), podría ayudarnos a “crear” un mundo mejor. Podría ayudarnos a salvar a los 862.000.000 de hambrientos, y de paso nos salvaríamos todos nosotros del abismo.Por un consumo racional y equitativo:¡Consumidores del Mundo Uníos! ¡Como nosotros no hay! All right!

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