de Roberto Matta |
“Lenta danza hacia el patíbulo”, traducción libre de “Slow Dance On The Killing Ground” [Lenta danza sobre un campo minado] es el título de una obra de teatro en la cual trabajé hace muchos años en Chile. Y el título original describe con bastante exactitud la situación internacional que vivimos hoy, para no referirme a la nacional. Pero cuando los conflictos, las tensiones económicas y políticas o muertes suceden a kilómetros de distancia, es como si no existieran.
La muerte por ejemplo sólo se siente cuando perdemos a un ser cercano o querido. Quiero decir, cuando la bomba o mina explota cerca de nuestros sentimientos. Entonces nos quedamos como mudos.¿Cuál es el comentario que nos puede consolar en ese caso? Merardo ha muerto allá en Chile. Me lo acaba de comunicar una nieta suya. Mi amigo de infancia alcanzó a saber que de vez en cuando yo suelo introducir algunos versos suyos en mis crónicas: “Pa eso se los di, él es como mi hermano”, dijo cuando le leyeron alguna.
Hoy simplemente quiero rendirle un póstumo homenaje de amistad, repitiendo - con algunas readecuaciones - una crónica que escribiera tiempo atrás en otro medio, a propósito de nuestro memorable reencuentro:Ordenando por enésima vez diversos papeles – a pesar del computador, el papel sigue ocupando un papel importante en nuestras vidas -, me encontré con una carpeta, transcripción de un cuaderno que me regalara el maestro Merardo, en Chile. Con el maestro
Merardo [nombre que encubre el verdadero por circunstancias que ustedes se explicarán más abajo] nos conocimos en Chillán, muchachos ambos, tratando de dejar la piel de la pubertad, aunque él tenía 6 años más que yo. Pero por eso mismo Merardo fue en esa época mi “maestro” en varias cosas de “la vida de muchachos”. Merardo siempre estuvo ligado a la construcción como albañil, oficio heredado de su padre. Al cabo del tiempo mi amigo de infancia fue capaz de construir casas sin ingeniero ni arquitecto. Sin embargo las vueltas de la vida nos perdieron de vista. Habían pasado 45 años de nuestra separación, cuando contratado para algunos trabajos artísticos yo hube de regresar a Chile.
Encontré a mi viejo amigo inesperadamente en el año 2000 en un Centro de Alcohólicos Anónimos en Santiago de Chile. Llegué a dicho centro haciendo una investigación artística para interpretar dos personajes, uno para el teatro y otro para la TV. Y ahí estaba uno de mis amigos de infancia y pubertad, bastante canoso, de mechas tiesas, nariz quebrada sin saber en qué pelea, ojos pícaros, rostro anguloso, un poco rechoncho pero que aún daba cuenta de su fortaleza física.En el intertanto de los 45 años que no nos veíamos, Merardo se había transformado en un especialista de la Biblia, libro en el cual aprendió a leer junto a los hermanos del templo, intentando superar el maldito vicio que según me contó lo había atacado temprano. -“Yo le hacía empeño, honestamente, pero el demonio venía a mí una y otra vez, como riéndose, y me ahogaba en el fondo de la caña”, me dijo esa nochede nuestro primer reencuentro, mientras él bebía una gaseosa en la Fuente de Soda: “Hermano, llegué a beber con la biblia en la mano”, agregó, mostrándome el libro: “Siempre lo llevo conmigo, porque Él nunca me abandonó, yo fui el ingrato”.
La investigación artística que me permitió este reencuentro con mi amigo, había comenzado en el Siquiátrico de Santiago de Chile, en donde me dieron tantas facilidades que hasta pude asistir a algunas terapias colectivas de personas que sufrían la adicción alcohólica. Las terapias de grupo entre los pacientes, y otras con sus respectivos familiares - a las cuales algunos parientes se negaban a asistir -, habían resultado para mí experiencias muy impactantes. De manera que cuando posteriormente fui a las reuniones de Alcohólicos Anónimos y reconocí allí a Merardo, el corazón me dio un vuelco como se dice. Quiero decir, que yo tenía actualizada la gravedad social que constituía el alcoholismo en Chile, adicción mucho más amplia y profunda que el resto de de ellas, de acuerdo a las estadísticas.
Sin embargo en el año 2000, Merardo llevaba ya 7 años de abstinencia, testimoniando ante sus compañeros alcohólicos anónimos al terminar el día: “Hoy no he bebido”.En fin, 45 años no se conversan en un par de horas. Entre el año 2000 y el 2003 nos vimos tres o cuatro veces fuera de las reuniones del Centro. Una noche lo tuvimos a cenar en casa. Solo, porque Merardo era viudo, y su hija, madre soltera, junto con sus dos hijos casi adolescentes habían perdido la fe en él, abandonándolo a su suerte hacía ya varios años.-“¡Quítame el don, pus huevón, cómo se te ocurre!”, tuve que reprenderlo enmi casa aquella noche.En esa cena fue cuando yo volví a constatar y mi mujer descubrió, que Merardo, además de ser una maravillosa persona, tenía tres méritos evidentes: llevaba siete años sin beber una gota, venciendo su adicción; escribía versos en décimas sin autodesignarse poeta popular; y podía repetir de memoria cualquier versículo de la Biblia. Esto último era asombroso.-“Tome usted, mi dama”, le dijo a mi mujer pasándole el libro. “Pregunte”. Mi mujer que es entendida en la materia, luego de elegir una determinada página al azar:-“A ver, Merardo – le dijo-, repítame del Apocalipsis, La Sexta Trompeta, versículo 21”. -“Y no se arrepintieron de sus asesinatos ni de sus hechicerías ni de sus fornicaciones ni de sus rapiñas”.
Merardo lo había recitado mirando al techo sin un instante de duda. Con mi mujer nos miramos sin poder disimular nuestro asombro. Pero yo dudé – soy hombre de poca fe - porque aunque Merardo tenía casi los 70 años, yo no podía olvidar que él había sido mi maestro allá en provincia, develándome el misterio de cómo declararse a una muchacha para invitarla a fornicar. Dicha técnica era muy simple, pero tenía su dulzura: -“Señorita, yo la quiero a usted. ¿Y usted a mí?” Y si la muchacha respondía “Yo también”, mi réplica tenía que ser: “Deme entonces una prueba de su amor…”. ¡Oh, maravilla!, aunque no es este el momento de contar los resultados de dicha técnica. En fin, recordando esa picardía dudé de la extraordinaria memoria actual de mi maestro.
Le pedí entonces la Biblia a mi mujer y le señalé también al azar dos o tres versículos intentando sorprenderlo. Sin embargo “mi maestro Merardo” los recitó con absoluta seguridad. Verdaderamente admirable.
La Biblia, todos sabemos es útil - no solamente para la gente de fe -, porque es un libro hermoso, un testimonio humano muy significativo. Y esa noche el libro fue el inicio de nuestra velada, derivando luego hacia tanta vida que contar, vida que con vivo interés quisimos que nos contara Merardo, mi Maestro Merardo.Retorciendo, luego estirando su pañuelo y doblándolo cuidadosamente, pero volviéndolo a retorcer, mi maestro secó sus lágrimas varias veces y limpió el cristal de sus anteojos ópticos. Muchacho despierto, Merardo, antes de los 30 años predicó en las calles y cantó “De la mano de Jehová subiré hasta la alta cumbre de la mano de Jehová…”. Pasaban las semanas, a veces los meses sin que Merardo bebiera ni una gota, y hasta sus padres se alegraban a pesar que no eran de la misma fe.-“Pero el vicio es como un animalito, hermanos, que te come por dentro, la fe, la voluntad. El demonio te punza el estómago... Fui débil, tantas veces que fui débil…”. Sin embargo los hermanos del templo lo recogieron una y otra vez, lo recogieron de la calle, literalmente.
La Biblia, todos sabemos es útil - no solamente para la gente de fe -, porque es un libro hermoso, un testimonio humano muy significativo. Y esa noche el libro fue el inicio de nuestra velada, derivando luego hacia tanta vida que contar, vida que con vivo interés quisimos que nos contara Merardo, mi Maestro Merardo.Retorciendo, luego estirando su pañuelo y doblándolo cuidadosamente, pero volviéndolo a retorcer, mi maestro secó sus lágrimas varias veces y limpió el cristal de sus anteojos ópticos. Muchacho despierto, Merardo, antes de los 30 años predicó en las calles y cantó “De la mano de Jehová subiré hasta la alta cumbre de la mano de Jehová…”. Pasaban las semanas, a veces los meses sin que Merardo bebiera ni una gota, y hasta sus padres se alegraban a pesar que no eran de la misma fe.-“Pero el vicio es como un animalito, hermanos, que te come por dentro, la fe, la voluntad. El demonio te punza el estómago... Fui débil, tantas veces que fui débil…”. Sin embargo los hermanos del templo lo recogieron una y otra vez, lo recogieron de la calle, literalmente.
Pero similar a varios de los casos escuchados en el Siquiátrico, Merardo fue perdiendo todo: padres, mujer, hija,nietos…, su dignidad.-“A tumbos, como los borrachos, así a tumbos anduve en la vida. Hoy predicando, mañana bebiendo… Hoy trabajando, mañana despedido… Los hermanos y Él, con sus mejores intenciones, no pudieron compensarme lo que arrastraba desde cabro: nunca me sentí querido por mis padres. Qué tontera, ¿verdad?” “¡Y alabado sea Jehová, a pesar de todo!”, pensaba yo aquella noche mientras hablaba Merardo. Él no estuvo detenido durante los años negros de la patria, no fue torturado, no tuvo que salir al exilio, aunque también tenía la ilusión de otro mundo mejor. Cuando recuerdo su vida contada aquella noche; cuando pienso en él y lo recuerdo metido en una “mejora” que por culpa de su demonio nunca pudo convertir en casa ni menos en hogar, él, maestro albañil; anónimo poblador que como tantos otros, probablemente salió en el fondo del cuadro en el reportaje de televisión a propósito de algún temporal.
Cuando pienso en mi maestro Merardo que pudo vencer al “demonio” del vicio pero no a la muerte, porque ésta vino poco a poco y antes de tiempo por falta de dinero… Cuando lo recuerdo así…Hoy, tengo la herencia de sus versos en las manos. Me arrepiento de no haber conservado el manuscrito original, escrito de su puño y letra.
¿Pensaría Merardo durante su larga enfermedad en sus propios versos? “¿De dónde habremos sacado/ ese afán de ser eternos?/ Nos ponemos como enfermos/ porque no hemos encontrado/ el mecanismo adecuado/ o el misterioso elixir/ que nos permita existir/ mil años, por siempre./ ¿Será ese deseo ardiente/ que cumplimos al morir?”
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¿Pensaría Merardo durante su larga enfermedad en sus propios versos? “¿De dónde habremos sacado/ ese afán de ser eternos?/ Nos ponemos como enfermos/ porque no hemos encontrado/ el mecanismo adecuado/ o el misterioso elixir/ que nos permita existir/ mil años, por siempre./ ¿Será ese deseo ardiente/ que cumplimos al morir?”
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